sábado, 23 de mayo de 2015

Cuentos

Historia del Viento




Autor: Ligia María Peñaranda de Santanfé
Adaptado por Rafael Darío Santafé Peñaranda

-          ¡Que viento tan fuerte, mamá! ¡Mira cómo castiga las flores del jardín y los árboles del huerto! ¡Oye como brama en la fuente! ¿Por qué será madre?
-          ¡Duerme, mi niño, duerme! Duerme, que entre tanto yo voy hilvanando la historia y tejiendo tu sueño…
-          ¡Cuéntame la historia, mamacita!
-          Pues verás: Allá por el alto del monte, a donde fuiste aquella tarde con tus primos a recoger las flores y moras silvestres, hubo un castillo. Hace mucho tiempo lo hicieron los enanos para una princesa que encontraron dormida en un claro del bosque. ¿Recuerdas el brillo del pozo cuando el sol se va durmiendo? Igual brillaban los pasillos y salas del castillo, y el cuarto de la princesa rubia estaba hecho de diamantes y de blancas capas de armiño, tan blancas como esos jardines llenos de lunas de los cuentos de Pierrot.

Enamorados los enanos de la princesa de las trenzas rubias, la escondieron allí y cerraron las cámaras a toda indiscreta mirada del contorno. Apenas si dejaron un oculto agujero en el más alto de la torre, por donde se colaba, juguetón y peregrino, el viento.

Por las mañanas, cuando el sol se acurrucaba encima del monte, ese viento tempranero venía corriendo por los valles y llanuras,  despertando a las flores y llevándose en sus alas los más ricos perfumes del valle para la rubia princesa. Se colaba por el hueco de la torre y, después de aromar todas las estancias de maravilla, se iba a jugar con el cabello revuelto de la princesa y con los festones y encajes de su falda de seda, brillante de oro y de piedras preciosas. Por las noches, se asomaba hasta la orilla de la fuente y regresaba otra vez al castillo a dormir con la niña, todo lleno de luna.

-          ¡Duerme, mi niño, duerme! Duerme, que entre tanto yo voy hilvanando la historia y tejiendo tu sueño…

Un día apareció por el valle un hermoso adolescente. Venía en busca de la princesa. Después de vencer dificultades, logró trepar al castillo cabalgando en un rayo de luz. Eran rubios sus cabellos y azules sus ojos y gracioso y arrogante su porte. Entró al castillo y, de puerta en puerta, fue avizorando,  hasta dar con la cámara regia. Allí estaba la princesa, pensativa sobre el delgado ventanal, en tanto que el viento retozaba con sus guedejas de oro.

La princesa, al ver al príncipe se alzó de un salto y corrió a su encuentro, trémula de gozo, dejando atrás al viento… Pero, celoso éste, huyó por el agujero de la torre y se partió en busca de los vientos de las otras comarcas. Y ya metida la noche, antes que despertara la cabezota blanca de la luna, llegó con mucho ímpetu, estruendoso y salvaje, hinchando los torrentes y desbaratando los árboles y las frondas del valle.

Rebotó tremendo contra los muros del castillo y echó por tierra a la alta torre, dando muerte a la princesa y al joven de los ojos azules. Desde entonces, por el desvío de la princesa, el viento viene como ahora, huracanado y terrible y brama en la fuente y castiga a las flores del jardín  y a los árboles del huerto, porque ellos también, entre perfumes que le dieron cuando el sol se acurrucuba encima del monte, escondieron un dije que mató su cariño en el pecho de la rubia princesa….


¡Duerme, mi niño, duerme!

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